Circo | Poema de Jaime Jaramillo Escobar

El pasado 23 de mayo de 2012, Jaime Jaramillo Escobar leyó este poema a los amigos que celebraron junto a él su cumpleaños número 80. Con la cadencia característica de su voz, la compañía discreta de sus gestos, y el apoyo del Teatro Matacandelas, Jaime escenificó el poema y lo hizo aparecer ante los asistentes.
En el posfacio del libro Tres poemas ilustrados, el libro con el que fundamos el sello Tragaluz, Jaime cuenta la historia de Circo:

Lo escribí en Cali en 1983, después de haber asistido a la función de un circo pobre en el barrio Vispasa, donde entonces vivía. Siempre he tenido afición por los circos (este mundo es el más grande), y por eso es que soy payaso y equilibrista. El poeta es un payaso. Si no lo dijo León Felipe, debiera haberlo dicho. Un día de agosto de este año [2006] lo leí en un circo muy pobre, en la localidad de San Cristóbal. La carpa era roja y dejaba pasar una luz maravillosa que ponía muy alegres a los niños. Los niños también comprenden la poesía mejor que los adultos, porque los adultos se sienten obligados a ser cultos e inteligentes, y a buscar explicaciones donde no hay nada qué comprender ni interpretar, sino sólo el goce natural de la belleza. El que analiza un poema contando sus aliteraciones, ése no sabe lo que es la poesía.

Compartimos con ustedes el poema completo y la ilustración del artista José Antonio Suárez que lo acompaña en el libro.


Circo
Para Victoria Helena López Borzacchini 
Los camellos de Arabia Saudita, como reyes destronados, con sus jorobas llenas de oro, saltan con dignidad y con indiferencia un bambú atravesado a baja altura sobre la pista principal. 
En la pista lateral los elefantes hacen maromas en un solo pie, barritan para agradecer los aplausos, un niño llora. No debieran traer niños al circo. 
Diez tigres de Bengala se arrodillan a los pies del domador, el domador los grita, los irrespeta, hasta le metió el pie a uno en la boca. El domador no sabe lo que es un tigre de Bengala. 
Siete leones desmelenados hacen su aparición de fantasía en la pista del centro. A la izquierda, los trapecistas con sus gritos y sus luces, a la derecha acróbatas y malabaristas, nos distraen afanosamente para que no veamos cuántos domadores se comen los siete leones en cinco minutos. 
El payaso tragafuegos no se sacia, un montón de antorchas yacen apagadas a sus pies, está pidiendo otras, que le traigan más, este payaso se va a tragar todo el fuego del mundo, y se ríe. 
El hombre traga-espadas, tan delgado, tan fino como un torero, ¿cuántas espadas se ha tragado? Tráiganle más espadas, quién tiene una espada, el capitán presta la suya, pide que se la devuelvan al final de la función, el hombre traga-espadas no habla, tiene los ojos muy abiertos, siete empuñaduras le asoman por la boca. 
Dos motociclistas completamente locos de ruido se entrecruzan a la velocidad de cien kilómetros entre una esfera de metal. Cuando salen están temblorosos y demacrados, un sudor frío les cuelga de la frente; agradecen al público con una sonrisa de ultratumba. Caen desmayados sobre un colchón de aplausos. 
Dos contorsionistas como dos serpientes se enroscan uno en otro, se reconocen por el color de sus mallas, una pierna rosada un brazo verde, dónde están las cabezas, se han tragado uno al otro, tiene que venir el empresario a desenredarlos, no se puede porque han hecho el nudo gordiano. El empresario saca su espada. 
El triple salto mortal, con su traje blanco y el fajín de lentejuelas, se balancea en las alturas de la carpa, entre las estrellas pintadas, con el corazón en suspenso. 
Abajo, los payasos están tratando de poner la red, se enredan en ella, se distraen; finalmente la extienden sobre la otra pista en el mismo momento en que la muchacha salta y el muchacho salta y todas las personas abren la boca como pescados en la playa. 
Los equilibristas se encuentran en el centro de la cuerda floja, se saludan, cómo está usted, qué gusto de verle, recuerdos por su casa; con permiso, hasta pronto, buena suerte; y cada uno sigue su camino. 
En el último número el hombre bala, en su traje de seda ceñido de diamantes, se coloca un casco rojo con destellos de plata, se acomoda en la boca del cañón, el ingeniero dispara y la bala humana atraviesa la carpa como un cometa. 
Cuando la troupe lo rodea para la despedida final, el hombre bala está desencajado y como ausente, palidece en medio de un esfuerzo desesperado por sonreír, y entonces nos damos cuenta de que se ha quedado desnudo. 
Un mono monta en un perro, el perro monta en un pony, el pony monta en la cebra, la cebra en dos caballos árabes, los caballos en las jirafas, las jirafas en los elefantes, los elefantes en la troupe, la troupe en el empresario, el empresario exhibe todo el circo con carpas y luces que tambalean sobre sus hombros, el empresario está sudando, se limpia con mi pañuelo, se ha caído un enano, se descuelga un payaso, el empresario empieza a caminar lentamente 

hacia

         otro

                país.

Mediavuelta
Tragaluz editores S.A.

Edificio Lugo Of. 1108 · Calle 6 Sur #43A-200
Telefax 312 02 95
[email protected]
www.tragaluzeditores.com
Medellín – Colombia

Deja una respuesta