El canto de Helí

¿Alguien ha visto los buses que llevan la gente a los entierros y ha pensado en la posible novia que llora en ellos? ¿O ha sospechado el insomnio de un vecino que no sabe cómo conseguir la comida del día que viene? ¿A alguien lo han despertado en la madrugada las risas de los jóvenes que hacen la guerra en el barrio? ¿Ha sentido la humillación de un padre que hace una larga fila y firma una planilla para que a sus hijos les den un trozo de panela? ¿Ha imaginado las fantasías que tiene el asesino para huir del miedo que le provoca una calle oscura o el quiebre de una esquina? ¿Ha percibido la resignación alegre de una sancochada en la misma cuadra donde horas después volverá a reinar el odio?
A las ciudades les hace falta escucharse en la voz de sus poetas. Por varios motivos -entre ellos la rutina, la urgencia de las necesidades, el miedo, la fatiga- el hombre urbano tiene poco tiempo para dedicarle a lo que no corresponde a sus asuntos cotidianos, y con frecuencia termina viviendo en una ciudad que desconoce: ignora el nombre de sus vecinos, desconfía de las intenciones de quien se le acerca, solo se siente seguro en un reducido circuito de calles, y sin darse cuenta pasa por alto los detalles que definen su entorno. 
Sin embargo, hay miradas que saben escurrirse entre la aparente uniformidad del día a día, que retan la costumbre y advierten los gestos más sutiles, hay miradas que se fijan en lo que muchos viven e ignoran, en esos matices del espíritu de ciudad que envuelve a todos y que pocos sienten. Ésa es la mirada de los poetas: sus versos son el rastro de quien recorre la ciudad para recordarnos que siempre está viva, y nosotros con ella. 
Por fortuna, la ciudad de Medellín tiene un poeta que la dice con verdad y contundencia. Hace trece años no se publicaba un libro de Helí Ramírez. Su silencio resultaba desconcertante. Luego de escribir En la parte alta abajo, Golosina de sal, o Para morder el cielo, la voz del poeta que vive desde niño en el barrio Castilla se convirtió en referencia fundamental para la literatura de Medellín. Quienes leyeron sus primeros poemas en 1975, supieron que sería un poeta influyente. En sus escritos se levantó la voz de los barrios populares, aparecieron escritas las palabras del parlache, que antes existían únicamente para pronunciarse; Helí terminó de quebrar los rezagos de una poesía formalista y etérea, y empezó a cantar desde lugares insólitos: las fábricas de textiles, los inquilinatos, los callejones donde acecha la guerra, las salas secretas donde velaban a los bandidos, los billares y las tabernas, los parques, las filas para pedir subsidios, los striptiseaderos, los graneros de cuadra, y así empezó a trazar una cartografía de Medellín, esa ciudad fragmentada, esa que casi ninguno ha sabido decir con tanta verdad. 
La extensa pausa en sus publicaciones acaba de terminar con el lanzamiento de Desde al otro lado del canto, un libro coeditado por la Alcaldía de Medellín y Tragaluz Editores, como uno de los volúmenes de la colección Letras vivas de Medellín, en el que se recogen 113 poemas inéditos y escritos durante estos trece años. ¿Cuál es la mirada que acumuló Helí Ramírez en este tiempo? ¿Cómo siente el poeta a su ciudad? ¿Qué le dice?
Hay un tono que atraviesa el libro, y está compuesto por un amplio haz de sensaciones, todas originadas en la vida del barrio, en sus conflictos, personajes y lugares. Su escritura sabe de aquel que ha padecido la violencia, del que ha sentido la humillación por la injusticia, del que ha sufrido la amenaza de muerte que cubre las laderas de la ciudad, de aquel cuyo corazón se ha revolcado en la incertidumbre de la pobreza. Helí anda la ciudad, la observa y escucha sus historias. Por lo que escribe, parece haber llegado a la conclusión de que pocos son dueños de su destino y que la mayoría de sus vecinos se han resignado a que la vida escoja su rumbo de cualquier manera. Él no. Él se resiste, su poesía está cargada con la fuerza que mantiene su disidencia: Con oscuridad o claridad le rompo / el ojo ciego al destino que posa de duro
A veces con amargura, otras veces con dolor camuflado de rabia, siempre inconforme, Ramírez señala las actitudes que paralizan la ciudad: el miedo, la inseguridad, la desconfianza, la envidia, el rencor, la aceptación. Y como sombra de eso destellan los gestos de quienes, aun en medio de las circunstancias adversas, conservan tenacidad en su espíritu, se rebelan diariamente ante la muerte, buscan su dignidad en las orillas del dolor, sin tener que mendigar nada, sin tener que matar, sin tener que tumbar a otros. 
Hay escritos que se agradecen porque nos comunican como habitantes de una ciudad que ha propiciado la soledad y la distancia entre nosotros. El poeta habla de la pobreza que trasciende lo económico, esa que seca el espíritu, que no sabe de estratos, que impide cantar. Desde al otro lado del canto Helí Ramírez nos sacude, nos llama la atención, nos empuja a rebelarnos desde la palabra, desde la creación. 
En el libro Quién es quién en la poesía colombiana, de Rogelio Echavarría, el poeta Jaime Jaramillo Escobar se refiere a la poesía de Helí Ramírez: él es el actor, las cosas le suceden a él, y por eso puede hablar desde dentro de los acontecimientos, en el riesgo de los mismos, lo que le confiere dramatismo y autenticidad. Sus libros.., son importantes como dato y como poesía… Helí Ramírez era una voz necesaria para corregir rumbos. El mismo está cambiando, como lo muestra su obra, cada vez más compleja. Al final, la poesía antioqueña le deberá mucho.
Hoy los lectores agradecemos que Helí Ramírez haya salido de su silencio, que nos ofrezca su mirada de poeta, que nos entregue el testimonio desnudo de la ciudad que somos, ese reflejo que siempre es necesario para conocerse y que nos ayuda a encontrar el lugar del canto. Quizás, como dice en uno de sus poemas: hágase lo que se haya hecho y se haga / habrá un amanecer hermoso.
Mediavuelta
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